sábado, 16 de diciembre de 2017

Cartas a una muerta (Fabio)

Querida Sarah:
Aquí me ves escribiéndote , como cuando tú estabas en la universidad, y mientras estudiabas en mi escritorio, yo te escribía torpes palabras de amor en un cuaderno . 
Estoy aquí sentado,  mirando cómo pasan los días,  sé que de alguna forma me estarás vigilando desde algún sitio, y se que desaprobarás mi estado.
También creo que lo te voy a decir lo sabes de sobras; te quiero,  te he querido toda mi vida y no sé como llevar esto sin ti, siempre me has apoyado en todo y ahora ya no estás.
Te voy a explicar cosas que creo que no sabes o quizás,  en el fondo sí,  y siempre lo supiste y obviaste.
Aún recuerdo nuestro primer viaje a Bilbao fue en aquella época en la que tú ibas,  creo, cada mes. Habías conocido a gente allí y Barcelona se te había quedado pequeña. Un buen día decidiste que ibamos a hacer un viaje, no teníamos nada,  absolutamente nada entre nosotros,  siempre fuiste tú la que decidas como iba a ser nuestra relación y yo siempre te seguí. Fue quizás un viernes, no lo recuerdo, y hablando sentados en un bar tomando una cerveza me dijiste: 
- Oye, ¿por qué no nos vamos unos días a Bilbao?, necesito despejarme.
Para ti, despejarte era irte a Bilbao, recorrer Zazpi Kaleak, fumarte 40 petas, beberte hasta los charcos, y vivir la vida que son dos días.  Cómo lo echo de menos.
Recuerdo cada uno de los detalles de aquel el fin de semana que pasamos juntos por primera vez, tú con media cabeza rapada, esas patillas largas, ese flequillo de color rojo, parecías una kale borroka; y yo que lo más parecido que había tenido a ropa informal era un tejano. Aún así decidí que me iba a ir contigo hasta el fin del mundo, que si tú me pedías la luna, yo te la bajaba. No hay día en el que no recuerde todo aquello, aún te veo mientras te arreglabas, a tu manera.  Arreglarte a tu manera era ponerte unos tejanos rotos, unas Converse un jersey a rayas y tú palestino lleno de agujeros hechos de las chinas de los canutos y ponerte un poco de cacao en los labios. ¡Qué diferente eres ahora!, más sofisticada, más mujer, aún con ese aire de niña rebelde que tanto me gusta,  como ves sigo sin saber sin saber hablar de ti en tiempo pasado.  Recuerdo que te observaba desde la cama con admiración ¿cómo podías haberme robado el corazón de esa manera? A través del espejo,  con una ceja levantada y con cara de sorprendida, refunfuñaste; no entendías que hacía desnudo en la cama mientras te contemplaba con aquella cara de bobo.
- Piltrafa, levanta de una puta vez. Vístete que nos vamos.
Y siguiendo tus órdenes, como siempre,  me fui a la ducha. Me puse mi ropa,  pantalón de vestir,  zapatos,  camisa y mi americana. Cuando salí del lavabo y me viste con aquellas pintas, tus carcajadas aún resuenan en mis oídos. Me cogiste de la mano y me dijiste vamos a comprarte algo decente,  así no puedes salir conmigo. Me arrastraste escaleras abajo de aquella pensión que tanto te gustaba en mitad de Zazpi kaleak,  y caminamos como unos 500 metros,  me llevaste al Arise. En aquella tienducha me tuve que comprar una camiseta negra de Exploited porque era la única camiseta de mi talla que había en toda la tienda,  una sudadera negra lisa con capucha y cremallera, unos tejanos medio rotos, que aún sigo sin entender porque pagué por aquellos tejanos cuando parecía que los hubiesen usado 200 indigentes antes que yo, y por supuesto,  me tuve que comprar algo parecido a unas Converse; eran una imitación aunque casi costaban lo mismo que unas Converse auténticas. Subimos de nuevo a la pensión, me cambié,  me puse aquella ropa. Y juro que jamás me había sentido tan disfrazado, pero tu sonrisa valía todo aquello y más. No hay un sólo día en el que no rememore esa sonrisa, ojalá te la hubiese podido devolver. Salimos de allí, callejeamos,  por supuesto conocías cada una de las tabernas, las herriko tabernas y Arrano tabernas que habían por todo Bilbao. Al menos no di la nota, si hubiese llegado a salir con aquel traje seguramente o nos hubiesen echado,  o me hubiesen pegado. En una de las cavernas, por llamarla de alguna manera,  en las que paramos conocí a uno de tus amigos Eder. Recuerdo que te habló en vasco, y yo no tenía ni la más mínima idea de lo que te estaba diciendo; tú como siempre tan dada a los idiomas, le hablaste medio en castellano medio en euskera. Siempre tan dispuesta a aprender todo. La gente me miraba de forma extraña, cómo haciéndome un escaner, ya no solo porque yo me sintiese disfrazado y fuera de lugar,  sino porque jamás habías llevado a un chico contigo a Bilbao. Eder se acercó y y me dijo al oido: eres un tipo con suerte, no la sueltes,  ojalá hubiese más vascas como ella.
Nunca te dije lo que me susurró al oído, imagino que te preguntarás porque no te lo conté,  pues porque sabía que lo nuestro no iba a durar.  En aquel viaje yo tenía preparado decirte que te quería, que te necesitaba,  que la relación que teníamos no era suficiente para mí y,  efectivamente,  no fui capaz de decírtelo por el miedo a perderte.
Fue un mes más tarde cuándo te perdí definitivamente,  estábamos tomando un café tranquilamente en un bar cerca de la estación de Sants y te dije la gran frase: tenemos que hablar. Supongo que ya sabías lo que te iba a decir,  e intentaste evadir el tema,  no querías perder lo que tenías pero yo necesitaba decírtelo. Te cogí de la mano y te dije: Sarah,  te quiero,  me he enamorado de ti como un imbécil, y yo no puedo seguir con este tipo de relación. Necesito estar contigo, pero estar contigo de verdad.
Tu cara,  un poema, no sé si tenías preparada aquella frase de hacía tiempo,  y me dijiste: Fabio lo siento, de verdad que lo siento y no te lo digo por decir. Yo no siento lo mismo que tú,  me va bien como están las cosas ahora,  pero entiendo que si tú sientes algo más,  entonces ya sabes que ésto se acaba aquí.
En aquel momento sentí como el corazón se desquebraja dentro de mí, y te dije que estaba bien,  que no pasaba nada,  que podíamos seguir así como hasta ahora, pero tú no quisiste hacerme más daño y decidiste dejar lo que teníamos. Siempre he pensado que si me hubiese callado, que si hubiese dejado pasar el tiempo, quizás y solo quizás,  habrías querido seguir con lo nuestro. Te habriás enamorado de mí, me habrías amado, no lo sé, siempre he pensado que fue un mal momento para decírtelo,  y que si tal y como dicen el tiempo lo cura todo,  quizás el tiempo hubiese hecho que te enamorases de mí. Supongo que me ilusioné, habíamos ido juntos a una mini escapada, durante aquellos días sentí que realmente éramos una pareja, no sólo dos amigos que practicaban sexo por placer. Pasábamos mucho tiempo juntos y creía que nos compenetrabamos.
Siempre soñé contigo, no te voy a negar que alguna calentó mi cama, algo fugaz y sin sentido, sin sentimientos, pero no eras tú,  siempre desee que fueras tú. Te echo tanto de menos. 

Te tengo que pedir perdón, nunca te lo confesé, cuando nos fuimos a Tailandia y tu móvil empezó a hacer cosas raras y me dijiste: ¡ostia puta, no sé qué coño le pasa al móvil!, te fuiste a duchar y cogí tu móvil, lo siento muchísimo.  Vi su mensaje, no iba a dejar que te hiciese más daño en tus últimos días, y aún sabiendo que aunque lo habías superado,  le seguías queriendo.  Decidí que lo mejor era borrar aquel WhatsApp, sólo te preguntaba qué tal estabas,  pero lo borré.  Cambié su número, sólo uno de los dígitos y lo guardé, por eso nunca más supiste de Él, porque no tenías su teléfono, perdóname. No quería verte mal,  estabas muy enferma y quise disfrutar de cada uno de los días que pasamos juntos. Sé que en aquel momento, si hubieses visto el mensaje, le habrías contestado; le habrías escrito que estabas bien, que todo te iba bien, cómo siempre hacías con todos y cada uno de nosotros. No me dio la gana, no quería que malgastases ni un segundo más con Él. En el fondo sabes que siempre lo odié y lo envidié, nunca quise hacerte daño, te lo juro,  pero no podía permitir que por tu cara callese una lágrima más.  No te merecías eso,  sé que lo llevabas bien,  pero también sé que cada vez que Él te escribía tu humor de aquel día cambiaba, te pido perdón nuevamente, no tenía ningún derecho a hacerlo, pero lo hice y la verdad es que no me arrepiento. El viaje a Tailandia es lo mejor que me ha pasado en la vida,  tu cara de asombro,  tu felicidad,  tus ganas de verlo todo, levantarte por la mañana con ganas de vivir, no lo cambio por nada; de lo que he hecho, espero que estés donde estés sepas perdonarme. Me gustaría explicarte tantas cosas Sarah,  ojalá estuvieses aquí.
Recuerdo el día en que me fui a New York,  me habían ofrecido un puesto de trabajo mejor y mejor sueldo, con la posibilidad de volver a España cuando  me diese la gana.  Esperaba que me detuvieras, que me dijeses que no me fuera, pero cuando te lo dije simplemente me dijiste : Que tengas mucha suerte, que seas feliz porque te lo mereces.
Tú siempre fuiste una huída hacia delante para mí, si me fui a Nueva York fue por estar lejos de ti, no soportaba verte y no poder estar contigo como yo quería.  Tampoco soportaba que estuvieses con alguien,  todos me parecían una panda de gilipollas que no te llegaban ni a la suela de los zapatos, por eso le odiaba tanto, porque te robó el corazón cosa que yo no fui capaz de hacer.
También recuerdo el día en el que te vi sentada en Plaza Cataluña, sola, destrozada,  llorando. Si lo hubiese tenido delante le hubiese partido la cara,  ¿cómo tuvo los santos cojones de utilizarte? nunca te había visto tan abatida ni tan dolida.  Cuando por fin destruyes muros,  que aún sigo sin saber cómo lo hizo,  cuando por fin muestras cómo eres, va y te abandona, te dejo ir pajarito, no te merecía. Lo que más me duele es que aunque tú hayas muerto, Él vive con la conciencia tranquila, porque tú se lo permitís te, le regalaste la tranquilidad de saber que le perdonabas, con lo rencorosa que eres.  Le perdonaste no haberte querido,  le perdonaste haberte dejado tirada como una colilla cuando más lo necesitabas. Para mí, siempre fue un cobarde, nunca estuvo en tus malos momentos, en el momento que había un problema salía huyendo y tú volvías arrastrándote y perdonándole, hasta el último día. Aún no entiendo porqué fuiste tan benévola con Él. 
Nos has dejado solos, sin tu risa, sin tu cariño,  sin tus palabrotas, sin tu sarcasmo, sin tu ironía. La vida no es justa, pero eso ya lo sabemos desde que nacemos. Es algo que me enseñaste tú. Me has regalado cosas muy hermosas, experiencias y vivencias que jamás habría hecho o vivido sin ti; pero ahora estoy solo, Sarah, muy solo. Me siento vacío, seguiré escribiendote y cada vez que me acerque a la orilla de algún mar, te hablaré, sé que me escucharás y hallaré respuestas aunque muchas de ellas no sean de mi agrado.
Hoy no puedo seguir escribiendo,  porque cada palabra son agujas en mi corazón. Te vuelvo a pedir perdón por lo que hice y te pido perdón por no poder pensar en ti en pasado. Te quiero mucho Sarah no lo olvides nunca.
P. D. Parado frente al mar, mientras el mundo gira.