sábado, 11 de marzo de 2017

Primer día

Este es mi primer día de cura. Estoy lejos, muy lejos lo único que escucho es el maldito ruido de esta maquina de hospital.
Había tenido que elegir, y ya había elegido, mi primera sesión del tratamiento.
Pero retrocedamos en el tiempo, os voy a contar mi historia, esa historia que todos conocemos, y a todos nos ha pasado alguna vez, enamorarse locamente de alguien y como perderlo todo.
Era un lunes, un maldito lunes, había quedado para contarle todo, para decirle que lo echaba de menos, que lo quería, que estaba cagada de miedo, y que le necesitaba a mi lado como nunca, porque el pánico se había apoderado de mí.
Le había mandado un mensaje para vernos, y aunque me dolía el alma sólo con pensar en su rechazo, tenía la esperanza que por una vez en mi vida, saliese todo por mi boca.

- Hola, me darás dos besos por lo menos. - me espetó frío y distante.
Cínico, capullo, retorcido, mierdas, pero de mi boca solo salió: - Claro.
¡Seré imbécil!, y en mi boca, con un tremendo esfuerzo, simulé una sonrisa.
- Sólo necesito cinco minutos, de verdad, es una chorrada, te lo dije en el mensaje que si preferías te llamaba por teléfono - pero, ¿por qué es tan guapo?, y me derrite sólo con mirarme, volví a sonreír cual quinceañera y volví a mirarle directamente a esos ojos que casi me congelan.
- Bueno, ¿quieres sentarte?, ¿O prefieres tomar algo?
- Vamos a tomar algo, mejor, ¿dónde quieres ir? - habíamos quedado en un centro comercial, así que era fácil elegir algún sitio, no muy íntimo para tomar algo, algo impersonal, una gran cadena de restauración por ejemplo. Mientras caminabamos, sin rumbo, por ahora, iba pensando cómo explicarle todo.
- Vale, vamos aquí, hay una sanwitcheria aquí cerca. - dijo frío como el acero. (Brian bosworth, qué daño hiciste...)
Nos acercamos, y vimos que no había ningún local que estuviese bien para sentarnos y charlar un rato.
- Bueno, pues podemos ir al Subway - solté para romper el hielo. Después de más de dos semanas sin hablarnos, era duro y difícil poder empezar una conversación. - Y.. ¿Qué quieres tomar?
- ¿Una cerveza, y tú? - me preguntó como si fuese una extraña, ausente, con la mirada perdida, y sin ningún tipo de interés en lo que iba a contestar. Como en esas primeras citas en las cuales quedas con alguien por Internet y después de haberos contado miles de intimidades por Whatsapp, qué hasta Lucía Lapiedra se quedaría perpleja; al encontrarte cara a cara, no tienes ni la menor idea qué decirle a la otra persona. Le miré otra vez, y pensé en cómo podía hacerme sentir tan pequeña después de todo este tiempo.
- No, yo prefiero café - me miró un poco extrañado, nunca rechazo una cerveza; pero no podía soltarle de repente todo, ni vomitarle porqué no podía tomar alcohol
- Toma, voy a coger sitio fuera - me soltó dos euros en la mano, como si fuese cualquier cosa, sin miramientos. Como sino me conociese de nada, me sentí como una completa extraña.

Me quedé sola, esperando a pedir, la camarera me miraba con pena, no sé si era por las ojeras que llevaba acarreando esos últimos días, o por la cara de desolación que se me estaba quedando al ver como empezaba a dirigir sus pasos hacia la puerta.
Yo ya tenía bastantes problemas en mi cabeza, y en mi vida, como para pensar que un nombre en un cuento fuese algo tan importante para una persona. Ahora mismo me importaba más si mañana me despertaría. En mi cabeza sólo había contradicciones, por una parte sentía ganas de abrazarle y echarme a llorar, y por otra parte, cogería la cerveza que estaba bebiendo y se la derramaría por la cabeza delante de toda aquella muchedumbre que paseaba por el centro comercial, ¡Ja!, que a gusto me hubiese quedado si lo hubiese hecho.

- Es que, no sé, me ha cogido un poco por sorpresa. Y bueno, ¿qué tal estás? - y otra vez, esa frialdad, ¡premio al hombre de hierro!.
Pedí esa cerveza, de lata y con vaso de plástico y el café con hielo, también con vaso de plástico, y las saqué con resignación hacia la terraza. Si hubiese sido una película romántica de las antiguas, estaría lloviendo, y un coche pasaría justo a mi lado, haciendo que una ola de agua y suciedad; arroyase a mi persona, lógicamente acabaría con la máscara de pestañas corrida y llena de barro, el público miraría con pena y sentirían tal congoja en el corazón que apartarían la mirada.
Crucé la puerta, y saqué la mejor cara que tenía en la recámara, estaba pletórica. Me acerqué a la mesa que había elegido y puse esas bebidas tan sofisticadas en la mesa. Me lié un cigarro en silencio y lo encendí.

- Bueno, como te dije, era una tontería, incluso te lo podía haber dicho por teléfono- se hizo un silencio entre los dos-  pues, me han llamado de una editorial, una pequeña; no es gran cosa, se ve que les ha gustado un cuento que había escrito, me han dado, la oportunidad de mejorarlo; y bueno, como en ese cuento había parte de ti, y parte que habías escrito tú. Pues, te quería pedir permiso para poder reescribirlo, utilizar tu parte, si me lo permites.
- Ah, bueno, - me miró perplejo, no sé si esperaba otro tipo de declaración - me tendrás que pagar derechos de autor - se acercó la cerveza a esos labios que me volvían loca, y bebió un sorbo.
- Pues, como no quieras que te firme un papel de mi puño y letra, indicando que si algún día gano un euro una parte será tuya. - será irónico, gilipollas, ¿pero de qué va?, encima que tengo el detalle de decírselo.
- ¿Y cómo que se han puesto en contacto contigo?
- Pues - me volví a justificar - resulta que Alejandro, que como siempre, me lía, envió el cuento por e-mail a una editorial y le dijeron que les interesaba lo que escribía. Me mandaron un correo diciéndome que les interesaba, pero que necesitaban algo un poco más largo. Y bueno, es una editorial pequeña, sería en formato digital, nada importante, pero sería algo importante para mí.
Y si me dejas, publicaré parte de lo que escribiste, pero, tranquilo, que no me tienes que contestar hoy, tienes tiempo para pensártelo.
- No sé - otro silencio - pero, mi nombre no saldrá, ¿no?
- No tranquilo, lógicamente cambiaría tu nombre y el del resto de los personajes, ese cuento era algo personal, y no pondría tu nombre. - ¿en serio? ¿era eso lo que le preocupaba? ¿su nombre?.
- Pues, ... - a ver como le cuento lo demás - bien, muy bien, supongo qué como siempre, no he hecho gran cosa durante este tiempo, ya sabes. ¿y tú? se te ve cara de cansado.
- Es que he tenido un día complicado, primer día de curro, ya sabes. He tenido que venir en metro.
- Ah ¿y eso?, ¿no ibas a venir en moto? - fingí interés, cosa que él no había hecho en ningún momento.
- Resulta que creía que me habían robado la moto,ya que no estaba aparcada dónde la dejé cuando me fui de vacaciones. Pero no sé que ha pasado, he llamado, y me han dicho que llamase al depósito para ver si la moto estaba allí. Se ve que tenían que podar la zona, o estaba tirada en el suelo, o yo que sé. Así que está en el depósito y tengo que ir a buscarla, ahora cuándo me vaya, supongo que me cobraran, o yo que sé puede que pusieran los carteles, pero claro, yo estaba de vacaciones y no los vi.
- Ah. - esta vez, el silencio lo produje yo. Me importaba, más bien poco, que su moto estuviese en el depósito, pero, ¿qué clase de persona era?. Tal y cómo estaba yendo esta conversación, realmente sentía que estaba hablando con un completo extraño.
- Tranquila, que ya me acabo esto - dijo mientras señalaba el vaso medio vacío de cerveza.
- No tengo prisa - volví a sonreír. Joder, si me hubiesen dado un euro por cada vez que sonreí aquel día falsamente me hubiese echo millonaria. A ver como le cuento todo lo que me pasa y por dónde empiezo.
- Bueno, yo sí, cada hora son 0,75€ del depósito de la moto. - Sonrió haciendo una mueca.

Me sentí como una puta barata, eso es lo que yo valía, ni siquiera 0,75€ la hora. Se me encogió el estómago, y se me rompió en mil trocitos el poco corazón que me quedaba. Ya no valía la pena nada, el hombre de mi vida me había dicho que mi presencia le importaba un carajo y que mi vida también.
Nos levantamos de la mesa. Recogí los vasos y los llevé a la papelera del Subway, no soy de las que dejan las cosas en las mesas en los fast food. Me acompañó unos metros hasta el Tram. Justo estaba llegando un tranvía, cuando estaba reuniendo todo el valor para contarle todo. Me miró, se acercó a mí, me dio dos besos y me dejó allí tirada. Me abandonó, como se abandona a un perro en los anuncios de "Él nunca lo haría", o como diría el gran Sabina, como se abandonan a los zapatos viejos.
Entré en el maldito vagón y comencé a llorar desconsolada, cogí el teléfono como pude, rebusqué entre las mil porquerías que llevaba en el bolso el móvil de 5,5", que para ser casi una tablet, cuándo más lo necesitas, logra esconderse entre los Kleenex, y el monedero,  Por fin, apareció entre el millón de cosas, siempre útiles, indispensables y los "por si acaso"que se esconden en ese agujero negro llamado "bolso", lo desbloqueé cómo pude y busqué las últimas llamadas:

- Alejandro, por favor, ven a buscarme - logré decir, mientras una abuela me miraba con cara de echarme unas monedillas por yonky con el mono a tope.
- ¡Lo sabía!, ¿dónde estás?, ¿no le has dicho nada verdad? joder, te dije que ...
- Por favor, no me regañes - le interrumpí - ni a una puta se le trata así, soy una mierda.
- No te muevas de donde estás, joder y en tu estado,- como si estuviese embarazada, no te fastidia - dime dónde estás exactamente, y voy para allá.
- No he podido, créeme, no es,... no es, ... es un mierdas - conseguí decir entre sollozos - estoy,... estoy, ... en la siguiente parada del Tram.
- Voy, no te muevas, por favor no hagas nada, siéntate. ¡No seas cabezona!, no te menees que en dos segundos estoy allí. - y la llamada finalizó.

Esperé durante veinte minutos a que el coche azul pitufo apareciese delante de mí, seguía llorando como un niño al que se le cae la bola de su helado favorito, recién comprado y sin oportunidad de darle un lametón. Menudo numerito había montado en un momento; la gente de mi alrededor me miraba como si estuviese loca, y una señora llegó incluso a intentar consolarme diciéndome que para todo hay solución menos para la muerte. ¡Ole señora! Acaba de alegrarme el día.
Me subí al coche como una zombie de las películas antiguas, de las buenas, lentamente y en blanco y negro. Me quería morir, aunque tampoco estaba para elegir, la señora de la guadaña ya había dejado una nota de aviso en mi buzón.
Ale, que era como le llamábamos en nuestro círculo, me miró con cara de pocos amigos, esa cara que ponía en plan mama de "te vas a cagar cuándo llegues a casa".
Alejandro es mi mejor amigo, ese amigo gayer, que toda mujer debe tener en su vida. Ese amigo que desde la infancia prometió amistad eterna y que te lleva de compras cuándo estás mal, aunque sea él el que se compra ropa; ese que nunca te falla en los peores momentos, el que te quiere tal y cómo eres: en lo bueno y en lo bruja que puedes llegar a ser. Sus pintas dejaban mucho que desear, pero desde la adolescencia ha sido siempre igual, esa ropa que tanto marcaba su propio sytle. Odiaba sus camisas hawianas y las de cuadros, esos tobillos enclenques que se dejaban entrever entre el puño recogido de los pantalones y esos zapatos extraños, en cambio, adoraba esas pajaritas con estampados estúpidos que siempre me sacaban una sonrisa.
Y él era al único al que le había contado lo que me sucedía. Me habían llamado hacía tres semanas, tenía cáncer, no se lo había dicho ni a mi familia. Pensaréis que soy gilipollas, pero mi situación era la leche.
Hacia menos de un año que mi tío había muerto de cáncer, y había sido un trago muy duro para todos, mi padre iba al psiquiatra cada semana porque no había podido superar aquello y toda mi familia había evitado hablar de ello, como si ocultándolo no hubiese pasado.
Mi madre había pasado por un cáncer de útero y de mama hacía varios años; y aquello nos destrozó, pero como siempre, de la "cosa mala" no se habla.
Mi tía había pasado también hace años por un cáncer de mama y le habían extirpado un pecho. Y el padre de mi padre (no puedo llamarle abuelo, pero esta es otra historia) murió de cáncer de colon. Vamos que mi familia es el historial de cáncer por antonomasia. Y para historias alegres añadiré que mi mejor amigo murió de cáncer cuando apenas teníamos 20 años.
Así que mi futuro con la "cosa mala" no es que fuese esperanzador.

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